lunes, 16 de mayo de 2011

Familia del Corazón

Nos subimos al auto y partimos. No teníamos dirección ni un teléfono al que llamar, pero nos fuimos. Ni siquiera lo pensamos: cuando un amigo te necesita, aunque él no sepa que te necesita, ahí hay que estar. Sea-como-sea.
Un largo camino hasta Viña. Conversamos, fumamos, comimos cuchuflis, y conversamos más. Dos amigos en un auto a ver a otro amigo triste.
Llegamos y hablamos con su mamá. Él no estaba en Viña, sino en Quillota. Y pa' allá partimos. Nos asaltaron en peajes. No importa.
Llegamos y buscando el Unimarc donde nos esperaría, nos perdimos. Lo logramos. Entre calles angostas y de noche, encontramos a nuestro amigo, desorientado, sin entender qué es el luto o sin siquiera procesar lo pasado.
Al vernos, sonrió, y el abrazo fue casi asfixiante. No se lo esperaba y nosotros, logramos nuestro objetivo: estar ahí para él y apoyarlo. Hasta él mismo se dio cuenta que no sabía cuánto nos quería ahí. Y dijo: no hay palabras, no puedo explicar lo que siento con ustedes acá. Los amo.
Y nosotros a él.
Volvimos a Viña, llegamos a Valpo, nos metimos por una calle costera obviamente no para turistas, pero llegamos a un lugar inesperado. Entre oficinas de puerto, un pedacito de estacionamiento que sirve como perfecto mirador, con murallón directo al mar. Y al frente, un barco que parecía fantasma, por su iluminación y la bruma que se eleva desde el mar en la noche.
Mágico.
Nos sentamos y disfrutamos de estar juntos. Nos abrazamos, más de una de dos o de tres veces.
De ahí, fuimos al departamento de la madrina, sí, la misma que murió un día antes. Entramos y el silencio fue incómodo. Nos sentimos abrumados. Él se sentó en una mesa del comedor e inevitablemente sus ojos se llenaron de lágrimas. Cuántos recuerdos tendrá ahí, cuántas historias, momentos, risas, conversaciones. Y ahora es sólo una casa vacía. Era tan extraño.
Convertimos ese último momento ahí en uno bueno, tomamos un té, comimos y nos reímos, hasta contamos chistes.
Llegó el resto de la familia, toda de negro...el luto. Nosotros no pertenecíamos ahí y lo dejamos a él sólo en ese instante íntimo con el resto de los suyos. Nosotros fuimos a caminar y seguir conversando, viendo el mar.
Decidimos pasar la noche en Zapallar, en la casa de otro amigo. Llegamos tarde allá, cerca de la una de la madrugada. Nos esperaba con unas cervezas y un panorama. Ansioso. Salimos a caminar y llegamos a la "plaza del mar bravo", un excelente mirador al roquerío y el mar. Primero uno hizo un salud, por estar ahí y por los amigos. Luego, yo quise hacer un salud, por nosotros, por los cuatro, por La Familia Del Corazón. Porque eso somos: una familia, pero no de sangre, sino del corazón. Y eso es de la historia de quien viajó conmigo, de su hermana adoptiva.
Nos conmovimos. Lloré. Y los tres me abrazaron. Nos dimos un abrazo cuádruple, lleno de energía.
Y de la nada, nos vimos cantando "amigo" a todo pulmón, cerveza en mano y lágrima en la cara.
"Porque un amigo es una luz,
brillando en la oscuridad,
siempre serás mi amigo,
no importa nada más".

Nos amamos.
Y eso es lo único que importa.

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