domingo, 4 de julio de 2010

Fue, ¿será?

No sé cuál es mi último recuerdo de él. De cuando estuve con él. Ya ha pasado casi cinco años.

Lo extraño es que cada vez que pienso en él, lo veo sonriendo. O sea, cuando no es por algo en específico, como un mail terrible con las peores atrocidades o un griterío incontrolable.

Sí, es cierto. Me gustaría tener un papá “normal“. Uno de esos que si lloras, te abraza. Que si te ganas un premio, te felicita. Que te aconseja. Que quieres que te deje en el altar el día de tu matrimonio. Que te rete, cuando sea necesario y hasta pelear de vez en cuando.
Pero yo, no lo tengo.

Para mí, Pedro no es mi papá. Creo que dejó de serlo desde la primera vez que me dijo, mirándome a los ojos, que yo ya no era su hija, en la sala de espera de Tribunales. Las otras tres veces ni siquiera me impactaron. De ahí en adelante es un cúmulo de hechos que me revelan tanto mi decepción como mi creencia es su potencial locura.
De verdad, cada vez más loco. Incluso, médicamente. No entiendo tanto la bipolaridad, pero la he vivido de cerca.
Siempre me pregunto (y me perturba) ¿hasta dónde es enfermedad y hasta dónde es malaintención?
No lo voy a saber.

Cuando me acuerdo de él, en los doce años que sí fue mi papá, me dan unas ganas incontrolables de llorar. Incontrolables.
Me acuerdo cuando él llegaba del trabajo, como a las 8, y le servían el “tecito“. Nos sentábamos juntos en la cama matrimonial y compartía conmigo su pan con palta. Todos los días.
Me acuerdo de correr en círculos con él por el patio, más de algún sábado. Me acuerdo cuando nos regalaron nuestro primer perro, el Indio. Un labrador mezclado con gran danés. Qué día más feliz. Y de ahí, cuando lo paseábamos. O mejor dicho, cuando el Indio se escapa y lo perseguíamos en la camioneta azul hasta la plaza.
Me acuerdo cuando nos ibas a dejar a la Conti y a mí al colegio y escuchabas la radio Caracol o la Horizonte.
Me acuerdo del viaje a Estados Unidos, cuando tenía 9. Me acuerdo de casi todo. Nos recuerdo felices.
Me acuerdo de las idas a la nieve. Tirarse en bolsa.
Me acuerdo que cada vez que subíamos o bajábamos por las escaleras mecánicas, tú agarrabas mi pelo, hacías una cola y la tirabas hacia adelante. Caía en mis ojos y me molestaba muchísimo. Pero me reía.
Me acuerdo de tu risa y eso creo que es lo que más me duele. Me acuerdo de tu risa siempre que yo contaba algo. Me decías que debería ser comediante o actriz, porque soy un chiste y tengo demasiadas historias. Me pedías historias. Las carcajadas no paraban. Me terminaba riendo de ti.
Me acuerdo de dormir siestas contigo, toda la tarde. De odiar tus ronquidos, profundos.
Me acuerdo de tu gusto por los masajes, que heredé, y que me pedías siempre que podías. Debo haber aprendido así.
Me acuerdo de nuestra confianza y confidencia. Una vez, me fuiste a dejar al departamento y nos pusimos a conversar con el auto estacionado. Hablamos de pastillas anticonceptivas y condones. “Quizás hasta tenga hijos repartidos por Alemania“, me contaste y yo plop.
Me acuerdo de contarte mis amoríos y que lo disfrutabas como si fueran las mejores teleseries.
Me pedías que te mantuviera al tanto.
Me acuerdo de ese fin de semana, como a mis quince, creo que fue para pascua de resurrección, que nos llevaste a los tres a algarrobo, a papudo, a viña y a maitencillo. Nos quedamos en un hotelazo en algarrobo, uno nuevo, pequeño, de lujo. Tenía balcón con hamaca y vista al mar. Comimos el mejor salmón a la mantequilla del mundo. Fueron los mejores tres días.

Y así no sigue mucho más. Me entristece ver que no es una liste eterna de buenos recuerdos. Muchas veces, se me vienen más a la cabeza los malos. Será porque son más recientes.
Ese papá, ya no existe. Dejó de serlo hace cinco años.
Y lo extraño. De verdad que lo extraño. Me hace falta y me ha hecho tanto daño. Por él, mi vida es una ambivalencia. Por él, soy insegura. Por él, me pongo caretas. Por él, mi vida ha sido un patrón. Por él, tengo mucho de bipolaridad que detesto.
Aparece en cada aspecto de mi vida, aunque yo no lo quiera así.
No sé si volveremos a ser lo que fuimos. No sé si volvamos a hablar. O a vernos. O a abrazarnos. O a querernos.
Me encantaría que me pidieras perdón, pero es algo que simplemente tu genética no entiende.
Y no entiendes ni puedes ver el daño que has causado. Qué injusto.

Te propongo pensar qué pasará con nosotros.
Yo, no lo entiendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

una gota

una gota