martes, 10 de agosto de 2010

Auto

Frío. Al respirar, el aire que salía de mi boca se quedaba en los anteojos. Los empañaba. Me quedé helada, con las manos en el manubrio. Era tarde, no sé que hora, pero ya no había sol. Los semáforos se expanden y los límites se pierden.
Parálisis. La mirada fija al frente. Perdida.
No sentí los bocinazos o la luz cambiar a verde. Ahí me quedé. Congelada en el minuto.
Me puse a soñar. Imaginé a alguien tocar mi ventana. La derecha y yo mirar con sorpresa. Una sorpresa. Pensé en que quizás alguien le compre flores al señor que las vende por mi lado izquierdo, una para mí. Me acordé del viejo que vende calcetines de lana, un semáforo más atrás, que nunca me toca en rojo.
Imaginé la canción que me gustaría escuchar en ese momento: sanar, de Drexler.
Todo, en un minuto.
Todavía no pestañaba cuando un ciclista golpea el vidrio, pensé que era parte de mi sueño, pero no. Con el ceño fruncido, un violento gesto en su mano y despotricando, me indicaba que debía avanzar. Los conductores, enojados, pasaban gritándome, levantando su mano, tocando la bocina. Y yo...
ni ahí.

1 comentario:

una gota

una gota